
Este 9 de julio, mientras muchos celebraban el Día de la Independencia, el Gobierno de Javier Milei tuvo que enfrentar las consecuencias del desastre económico que dejó el kirchnerismo: pagó USD 4.200 millones en concepto de una deuda que reestructuraron Alberto Fernández y la condenada Cristina Kirchner en 2020.
La operación golpeó de lleno las reservas del Banco Central, que cayeron en picada y perforaron el piso simbólico de los USD 40.000 millones, cerrando en apenas USD 39.168 millones. El desembolso se realizó para cumplir con los bonos globales emitidos por el Frente de Todos, que prometieron pagos crecientes a cambio de un alivio inmediato. Un típico parche de corto plazo que ahora pesa como una piedra.
El Ministerio de Economía confirmó el giro inicial de USD 2.550 millones al exterior por amortización e intereses de los bonos. El resto, unos USD 1.600 millones, se abonará en los próximos días. Según la sociedad bursátil PPI, las reservas brutas bajaron exactamente lo que se pagó, demostrando que este lastre kirchnerista impacta sin anestesia.
La herencia es clara: el kirchnerismo pateó la pelota para adelante, comprometiendo al país con vencimientos monstruosos. Bonos como el AL30 y el GD30, emitidos durante la gestión de Fernández y Kirchner, ahora le cuestan miles de millones al pueblo argentino. Y mientras Milei se esfuerza por ordenar el desastre, los efectos del modelo populista siguen asfixiando a la economía.
“El 9 de julio honramos nuestras obligaciones como dijimos desde el primer día del gobierno del presidente Milei”, publicó el secretario de Finanzas, Pablo Quirno, marcando la diferencia con una gestión anterior que vivía del relato y la mentira.
Mientras el FMI observa de cerca, el Gobierno insiste en que el orden fiscal y la disciplina son innegociables. Pero el frente externo sigue siendo una amenaza, y el precio de no hacer las cosas bien —como hizo el kirchnerismo— lo está pagando hoy cada argentino. La bomba que dejaron ya empezó a explotar.