
Los platenses de bien sufren una jornada infernal por culpa de los extorsionadores de siempre
Una vez más, la mafia sindical hace de las suyas. Este martes, la ciudad de La Plata amaneció completamente paralizada por un paro salvaje impuesto por la Unión Tranviarios Automotor (UTA), el gremio que controla a los choferes de colectivos como si fueran peones de un feudo intocable. La medida de fuerza, que se extenderá por 24 horas, afecta a toda la región: La Plata, Berisso y Ensenada están completamente sin servicio de transporte público.
Desde temprano, las consecuencias se hicieron sentir con crudeza: calles colapsadas, demoras eternas, padres desesperados intentando llevar a sus hijos al colegio, trabajadores varados y una ciudad entera rehén de una corporación que no responde ni a la ley ni al sentido común. La imagen de paradas vacías, gente caminando kilómetros y embotellamientos en puntos clave como Plaza Italia y Plaza Alsina expone el grado de desamparo al que ha sido empujada la ciudadanía.
El motivo del paro es, una vez más, un conflicto salarial entre la UTA, los empresarios del transporte y el Gobierno Nacional. Pero la verdadera historia detrás de estas movidas gremiales es el poder intocable de un sindicato que, cada vez que no obtiene lo que quiere, lanza un paro para apretar al gobierno de turno, sin importar el sufrimiento de millones de personas que solo quieren llegar a su trabajo o a su escuela.
La situación no solo afecta a La Plata: el AMBA también está viviendo un martes de locura. Y todo porque el sindicalismo prebendario, enquistado en el sistema desde hace décadas, sigue marcando la agenda del transporte como si esto fuera su propiedad privada.
Mientras tanto, los políticos que debieran poner orden miran para otro lado. ¿Hasta cuándo los argentinos van a tener que soportar los caprichos de una casta sindical que se cree por encima de la ley? ¿Hasta cuándo los platenses van a vivir con miedo a que mañana, otra vez, los mafiosos de siempre les frenen la ciudad?
Hoy, más que nunca, urge una reforma profunda que termine con los parásitos del sindicalismo extorsivo. Porque mientras ellos negocian su tajada, el ciudadano de bien sufre las consecuencias.