
La Plata arde. Comerciantes de las zonas de Plaza Italia y Plaza Rocha no dan más: a la brutal caída de ventas por las interminables obras municipales se suma un flagelo que ya no se puede tapar con discursos vacíos ni marketing electoral. La inseguridad avanza sin freno y el intendente kirchnerista Julio Alak mira para otro lado.
El último episodio que encendió todas las alarmas ocurrió el lunes por la noche, cuando un grupo de delincuentes —todos menores de edad— destrozó la persiana de un kiosco ubicado en 7 y 60 y se llevó mercadería, cigarrillos, una bicicleta y hasta un monitor. El botín superó los $300.000 y todo quedó registrado en las cámaras de seguridad. Sin embargo, como ya es costumbre, no hubo ni un solo patrullero en la zona. Ni antes, ni después.
“Los mismos chicos fueron vistos robando en otros edificios durante la madrugada. Son siempre los mismos y nadie hace nada”, denunció con impotencia uno de los comerciantes afectados. La bronca crece entre los vecinos que, además de convivir con las molestias de las obras mal planificadas, ahora deben encerrarse antes de que anochezca.
Los testimonios coinciden en un punto: la policía brilla por su ausencia y la municipalidad hace oídos sordos. Mientras Alak se saca fotos con funcionarios y promete “la ciudad del futuro”, el presente se cae a pedazos. Comerciantes que luchan por sobrevivir ahora deben gastar lo poco que ganan en reforzar rejas, cámaras y alarmas.
El pedido es claro: más presencia policial, acciones contra los menores delincuentes reincidentes y protección urgente para quienes generan trabajo en la ciudad. Pero el silencio del intendente kirchnerista suena más fuerte que cualquier patrullero. En La Plata, el delito gobierna a sus anchas y nadie lo frena.