
En pleno barrio de Los Hornos, la inseguridad se apodera de las calles y el miedo se respira en el ambiente. Un audaz robo en el Gimnasio Troya ha encendido la mecha: dos delincuentes encapuchados forzaron la puerta de la instalación, desatando el pánico y dejando a una dueña furiosa, que jura “electrificar todo” para que los ladrones queden pegados hasta las moscas.
Las imágenes de las cámaras de seguridad no perdonan: se observa a los malhechores merodeando por el mostrador, hurgando en la caja registradora y cargando una mochila repleta de objetos de valor. La impunidad y la rápida fuga de los culpables son el reflejo de una ciudad que parece haber olvidado la protección a sus ciudadanos.
Pero la pesadilla no termina ahí. A pocas cuadras, otro robo estremeció el barrio: dos ladrones en pleno acto delictivo fueron captados mientras hurgaban en una vivienda. Uno de ellos, identificado por el singular buzo naranja, salió de la escena con una mochila negra, cinco pares de zapatillas e incluso un aire comprimido, mientras que el segundo, con chaleco beige y gorra, huía con una desmalezadora robada.
Los vecinos, indignados y desesperados, relatan escenas de terror: “Hicimos más de 20 llamados al 911 y nunca llegó ayuda”, denuncian con voz temblorosa. La sensación de abandono por parte de las autoridades no hace más que alimentar la paranoia y la violencia en una ciudad ya sumida en la crisis de seguridad.
La Plata, una ciudad que alguna vez fue sinónimo de orgullo y progreso, se ve ahora ensombrecida por la ola delictiva. Las calles se han convertido en escenarios de crimen y desamparo, dejando a los ciudadanos al borde del colapso y a la administración kirchnerista sin una respuesta contundente.